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eBooket.comAsí habló Zaratustra

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(1)

Friedrich Nietzsche

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Así habló Zaratustra Índice

Prólogo de Zaratustra Los discursos de Zaratustra

De las tres transformaciones De las cátedras de la virtud De los trasmundanos

De los despreciadores del cuerpo De las alegrías y de las pasiones Del pálido delincuente

Del leer y el escribir Del árbol de la montaña

De los predicadores de la muerte De la guerra y el pueblo guerrero Del nuevo ídolo

De las moscas del mercado De la castidad

Del amigo

De las mil metas y de la única meta Del amor al prójimo

Del camino del creador De viejecillas y de jovencillas De la picadura de la víbora Del hijo y del matrimonio De la muerte libre

De la virtud que hace regalos Segunda parte

El niño del espejo En las islas afortunadas De los compasivos De los sacerdotes De los virtuosos De la chusma De las tarántulas De los sabios famosos La canción de la noche La canción del baile

La canción de los sepulcros De la superación de sí mismo

(2)

De los sublimes Del país de la cultura

Del inmaculado conocimiento De los doctos

De los poetas

De grandes acontecimientos El adivino

De la redención

De la cordura respecto a los hombres La más silenciosa de todas las horas Tercera parte

El caminante

De la visión y enigma

De la bienaventuranza no querida Antes de la salida del sol

De la virtud empequeñecedora En el monte de los olivos Del pasar de largo

De los apóstatas El retorno a casa De los tres males

Del espíritu de la pesadez De tablas viejas y nuevas El convaleciente

Del gran anhelo

La otra canción del baile

Los siete sellos (O: La canción «Sí y Amén») Cuarta y última parte

La ofrenda de la miel El grito de socorro Coloquio con los reyes La sanguijuela

El mago Jubilado

El más feo de los hombres El mendigo voluntario La sombra

A mediodía El saludo La Cena

Del hombre superior

La canción de la melancolía De la ciencia

Entre hijas del desierto El despertar

La fiesta del asno

(3)

La canción del noctámbulo El signo

Prólogo de Zaratustra 11

Cuando Zaratustra tenía treinta años2 abandonó su patria y el lago de su patria y marchó a las montañas. Allí gozó de su espíritu y de su soledad y durante diez años no se cansó de hacerlo. Pero al fin su corazón se transformó, - y una mañana, levantándose con la aurora, se colocó delante del sol y le habló así:

«¡Tú gran astro! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes ilumi- nas!3.

Durante diez años has venido subiendo hasta mi caverna: sin mí, mi águila y mi ser- piente4 te habrías hartado de tu luz y de este camino.

Pero nosotros te aguardábamos cada mañana, te liberábamos de tu sobreabundancia y te bendecíamos por ello. ¡Mira! Estoy hastiado de mi sabiduría como la abeja que ha reco- gido demasiada miel, tengo necesidad de manos que se extiendan.

Me gustaría regalar y repartir hasta que los sabios entre los hombres hayan vuelto a re- gocijarse con su locura, y los pobres, con su riqueza.

Para ello tengo que bajar a la profundidad: como haces tú al atardecer, cuando traspo- nes el mar llevando luz incluso al submundo, ¡astro inmensamente rico!

Yo, lo mismo que tú, tengo que hundirme en mi ocaso5, como dicen los hombres a quienes quiero bajar. ¡Bendíceme, pues, ojo tranquilo, capaz de mirar sin envidia incluso una felicidad demasiado grande!

¡Bendice la copa que quiere desbordarse para que de ella fluya el agua de oro llevando a todas partes el resplandor de tus delicias!

¡Mira! Esta copa quiere vaciarse de nuevo, y Zaratustra quiere volver a hacerse hom- bre.»

- Así comenzó el ocaso de Zaratustra6.

1 Así habló Zaratustra reproduce literalmente el aforismo 342 de La gaya ciencia; sólo «el lago Urmi», que allí aparece, es aquí sustituido por «el lago de su patria». El mencionado aforismo lleva el título Incipit tragedia (Comienza la tragedia) y es el último del libro cuarto de La gaya ciencia, titulado Sanctus Janua- rius (San Enero).

2 Es la edad en que Jesús comienza su predicación. Véase el Evangelio de Lucas, 3, 23: «Éste era Jesús, que al empezar tenía treinta años». En el buscado antagonismo entre Zaratustra y Jesús es ésta la primera de las confrontaciones. Como podrá verse por toda la obra, Zaratustra es en parte una antifigura de Jesús. Y así, la edad en que Jesús comienza a predicar es aquella en que Zaratustra se retira a las montañas con el fin de prepararse para su tarea. Inmediatamente después aparecerá una segunda contraposición entre ambos:

Jesús pasó sólo cuarenta días en el desierto; Zaratustra pasará diez años en las montañas.

3 Zaratustra volverá a pronunciar esta misma invocación al sol al final de la obra. Véase, en la cuarta par- te, El signo.

4 Los dos animales heráldicos de Zaratustra representan, respectivamente, su voluntad y su inteligencia.

Le harán compañía en numerosas ocasiones y actuarán incluso como interlocutores suyos, sobre todo en el importantísimo capítulo de la tercera parte titulado El convaleciente.

5 Untergehen. Es una de las palabras-clave en la descripción de la figura de Zaratustra. Este verbo alemán contiene varios matices que con dificultad podrán conservarse simultáneamente en la traducción castellana.

Untergehen es en primer término, literalmente, «caminar (gehen) hacia abajo (unter)». Zaratustra, en efec- to, baja de las montañas. En segundo lugar es término usual para designar la «puesta del sol», el «ocaso». Y Zaratustra dice bien claro que quiere actuar como el sol al atardecer, esto es, «ponerse». En tercer término, Untergehen y el sustantivo Untergang se usan con el significado de hundimiento, destrucción, decadencia.

Así, el título de la obra famosa de Spengler es Der Untergang des Abendlandes (traducido por La decaden- cia de Occidente). También Zaratustra se hunde en su tarea y fracasa. Su tarea, dice varias veces, lo destru-

(4)

ye. Aquí se ha adoptado como terminus technicus castellano para traducir Untergehen el de «hundirse en su ocaso», que parece conservar los tres sentidos. De todas maneras, Nietzsche juega en innumerables ocasio- nes con esta palabra alemana compuesta y la contrapone a otras palabras asimismo compuestas. Por ejem- plo, contrapone y une Un tergangy Ubergang. Überganges «pasar al otro lado» por encima de algo, pero también significa «transición». El hombre, dirá Zaratustra, es «un tránsito y un ocaso». Esto es, al hundirse en su ocaso, como el sol, pasa al otro lado (de la tierra, se entiende, según la vieja creencia). Y «pasar al otro lado» es superarse a sí mismo y llegar al superhombre.

6 Esta misma frase se repite luego. El «ocaso» de Zaratustra termina hacia el final de la tercera parte, en el capítulo titulado El convaleciente, donde se dice: «Así - acaba el ocaso de Zaratustra».

2

Zaratustra bajó solo de las montañas sin encontrar a nadie. Pero cuando llegó a los bos- ques surgió de pronto ante él un anciano que había abandonado su santa choza para bus- car raíces en el bosque7. Y el anciano habló así a Zaratustra:

No me es desconocido este caminante: hace algunos años pasó por aquí. Zaratustra se llamaba; pero se ha transformado. Entonces llevabas tu ceniza a la montaña8: ¿quieres hoy llevar tu fuego a los valles? ¿No temes los castigos que se imponen al incendiario?

Sí, reconozco a Zaratustra. Puro es su ojo, y en su boca no se oculta náusea alguna9.

¿No viene hacia acá como un bailarín?

Zaratustra está transformado, Zaratustra se ha convertido en un niño, Zaratustra es un despierto10: ¿qué quieres hacer ahora entre los que duermen?

En la soledad vivías como en el mar, y el mar te llevaba. Ay, ¿quieres bajar a tierra?

Ay, ¿quieres volver a arrastrar tú mismo tu cuerpo?

Zaratustra respondió: «Yo amo a los hombres.»

¿Por qué, dijo el santo, me marché yo al bosque y a las soledades? ¿No fue acaso por- que amaba demasiado a los hombres?

Ahora amo a Dios: a los hombres no los amo. El hombre es para mí una cosa demasia- do imperfecta. El amor al hombre me mataría.

Zaratustra respondió: «¡Qué dije amor! Lo que yo llevo a los hombres es un regalo.»

No les des nada, dijo el santo. Es mejor que les quites alguna cosa y que la lleves a cuestas junto con ellos - eso será lo que más bien les hará: ¡con tal de que te haga bien a ti!

¡Y si quieres darles algo, no les des más que una limosna, y deja que además la mendi- guen!

«No, respondió Zaratustra, yo no doy limosnas. No soy bastante pobre para eso.»

El santo se rió de Zaratustra y dijo: ¡Entonces cuida de que acepten tus tesoros! Ellos desconfían de los eremitas y no creen que vayamos para hacer regalos.

Nuestros pasos les suenan demasiado solitarios por sus callejas. Y cuando por las no- ches, estando en sus camas, oyen caminar a un hombre mucho antes de que el sol salga, se preguntan: ¿adónde irá el ladrón?11.

¡No vayas a los hombres y quédate en el bosque! ¡Es mejor que vayas incluso a los animales! ¿Por qué no quieres ser tú, como yo, - un oso entre los osos, un pájaro entre los pájaros?

«¿Y qué hace el santo en el bosque?», preguntó Zaratustra. El santo respondió: Hago canciones y las canto; y, al hacerlas, río, lloro y gruño: así alabo a Dios.

Cantando, llorando, riendo y gruñendo alabo al Dios que es mi Dios. Mas ¿qué regalo es el que tú nos traes?

Cuando Zaratustra hubo oído estas palabras saludó al santo y dijo: «¡Qué podría yo da- ros a vosotros! ¡Pero déjame irme aprisa, para que no os quite nada!» -Y así se separaron, el anciano y el hombre, riendo como ríen dos muchachos.

(5)

Mas cuando Zaratustra estuvo solo, habló así a su corazón: «¡Será posible! ¡Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto!»12

7 Hacia el final de la obra el papa jubilado vendrá en busca de este anciano eremita y encontrará que ha muerto; véase, en la cuarta parte, Jubilado.

8 Véase, en esta primera parte, De los trasmundanos, y Del camino del creador, y en la segunda parte, El adivino, donde vuelve a aparecer la referencia a las cenizas. La ceniza es símbolo de la cremación y el rechazo de los falsos ideales juveniles.

9 La pureza de los ojos y la ausencia de asco en la boca son atributos de Zaratustra a los que se hace refe- rencia en numerosas ocasiones; véase, por ejemplo, en la segunda parte, De los sublimes, y en la cuarta, El mendigo voluntario.

10 «El despierto» es un calificativo usual de Buda, que aquí se aplica a Zaratustra.

11 Alusión a 1 Tesalonicenses, 5, 2: «Pues sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un la- drón de noche».

12 La idea de la muerte de Dios, que recorre la obra entera, y su ignorancia por parte del santo eremita, será tema de conversación entre Zaratustra y el papa jubilado cuando ambos hablen del eremita ya falleci- do. Véase, en la cuarta parte, Jubilado.

3

Cuando Zaratustra llegó a la primera ciudad, situada al borde de los bosques, encontró reunida en el mercado13 una gran muchedumbre: pues estaba prometida la exhibición de un volatinero. Y Zaratustra habló así al pueblo:

Yo os enseño el superhombre14. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo?

Todos los seres han creado hasta ahora algo por encima de sí mismos: ¿y queréis ser vosotros el reflujo de ese gran flujo y retroceder al animal más bien que superar al hom- bre?

¿Qué es el mono para el hombre? Una irrisión o una vergüenza dolorosa. Y justo eso es lo que el hombre debe ser para el superhombre: una irrisión o una vergüenza dolorosa15.

Habéis recorrido el camino que lleva desde el gusano hasta el hombre, y muchas cosas en vosotros continúan siendo gusano. En otro tiempo fuisteis monos, y también ahora es el hombre más mono que cualquier mono.

Y el más sabio de vosotros es tan sólo un ser escindido, híbrido de planta y fantasma.

Pero ¿os mando yo que os convirtáis en fantasmas o en plantas?

¡Mirad, yo os enseño el superhombre!

El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra!

¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no.

Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan!

En otro tiempo el delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios ha muerto y con Él han muerto también esos delincuentes. ¡Ahora lo más horrible es delinquir contra la tierra y apreciar las entrañas de lo inescrutable más que el sentido de la tierra!

En otro tiempo el alma miraba al cuerpo con desprecio: y ese desprecio era entonces lo más alto: - el alma quería el cuerpo flaco, feo, famélico. Así pensaba escabullirse del cuerpo y de la tierra.

Oh, también esa alma era flaca, fea y famélica: ¡y la crueldad era la voluptuosidad de esa alma!

Mas vosotros también, hermanos míos, decidme: ¿qué anuncia vuestro cuerpo de vues- tra alma? ¿No es vuestra alma acaso pobreza y suciedad y un lamentable bienestar?

(6)

En verdad, una sucia corriente es el hombre. Es necesario ser un mar para poder recibir una sucia corriente sin volverse impuro.

Mirad, yo os enseño el superhombre: él es ese mar, en él puede sumergirse vuestro gran desprecio.

¿Cuál es la máxima vivencia que vosotros podéis tener? La hora del gran desprecio. La hora en que incluso vuestra felicidad se os convierta en náusea y eso mismo ocurra con vuestra razón y con vuestra virtud.

La hora en que digáis: «¡Qué importa mi felicidad! Es pobreza y suciedad y un lamen- table bienestar. ¡Sin embargo, mi felicidad debería justificar incluso la existencia!»

La hora en que digáis: «¡Qué importa mi razón! ¿Ansía ella el saber lo mismo que el león su alimento? ¡Es pobreza y suciedad y un lamentable bienestar!»

La hora en que digáis: «¡Qué importa mi virtud! Todavía no me ha puesto furioso. ¡Qué cansado estoy de mi bien y de mi mal! ¡Todo esto es pobreza y suciedad y un lamentable bienestar!»

La hora en que digáis: «¡Qué importa mi justicia! No veo que yo sea un carbón ardien- te. ¡Mas el justo es un carbón ardiente!» La hora en que digáis: «¡Qué importa mi compa- sión! ¿No es la compasión acaso la cruz en la que es clavado quien ama a los hombres?

Pero mi compasión no es una crucifixión.»

¿Habéis hablado ya así? ¿Habéis gritado ya así? ¡Ah, ojalá os hubiese yo oído ya gritar así!

¡No vuestro pecado - vuestra moderación es lo que clama al cielo, vuestra mezquindad hasta en vuestro pecado es lo que clama al cielo!16.

¿Dónde está el rayo que os lama con su lengua? ¿Dónde la demencia que habría que inocularos?

Mirad, yo os enseño el superhombre: ¡él es ese rayo, él es esa demencia! -

Cuando Zaratustra hubo hablado así, uno del pueblo gritó: «Ya hemos oído hablar bas- tante del volatinero; ahora, ¡veámoslo también!» Y todo el pueblo se rió de Zaratustra.

Mas el volatinero, que creyó que aquello iba dicho por él, se puso a trabajar.

13 Markt es la palabra empleada por Nietzsche, que aquí se traduce literalmente por mercado. No se refie- re sólo al lugar de compra y venta de mercancías, sino, en general, a lugar amplio donde se reúne la gente, a plaza pública. Todavía hoy la plaza central de muchas ciudades alemanas se denomina Marktplatz.

14 Sobre el «superhombre», expresión que ha dado lugar a tantos malentendidos, dice el propio Nietzsche en Ecce homo: «La palabra “superhombre”, que designa un tipo de óptima constitución, en contraste con los hombres “modernos”, con los hombres “buenos”, con los cristianos y demás nihilistas, una palabra que, en boca de Zaratustra, el aniquilador de la moral, se convierte en una palabra muy digna de reflexión, ha sido entendida, casi en todas partes, con total inocencia, en el sentido de aquellos valores cuya antítesis se ha manifestado en la figura de Zaratustra, es decir, ha sido entendida como tipo “idealista” de una especie superior de hombre, mitad “santo”, mitad “genio”».

15 Eco de los fragmentos 82 y 83 de Heraclito (Diels-Kranz): «El más bello de los monos es feo al com- pararlo con la raza de los humanos.» «El más sabio de entre los hombres parece, respecto de Dios, mono en sabiduría, en belleza y en todo lo demás.»

16 «Clamar al cielo» es expresión bíblica. Véase Génesis, 4, 10: «La voz de la sangre de tu hermano está clamando a mí desde la tierra» (palabras de Yahvé a Caín). Corno hace casi siempre con estas «citas» bíbli- cas, Zaratustra confiere a ésta un sentido antitético del que tiene en el original.

4

Mas Zaratustra contempló al pueblo y se maravilló. Luego habló así:

El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, - una cuerda sobre un abismo.

(7)

Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peli- groso estremecerse y pararse. La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso17.

Yo amo a quienes no saben vivir de otro modo que hundiéndose en su ocaso, pues ellos son los que pasan al otro lado.

Yo amo a los grandes despreciadores, pues ellos son los grandes veneradores, y flechas del anhelo hacia la otra orilla. Yo amo a quienes, para hundirse en su ocaso y sacrificarse, no buscan una razón detrás de las estrellas: sino que se sacrifican a la tierra para que ésta llegue alguna vez a ser del superhombre. Yo amo a quien vive para conocer, y quiere conocer para que alguna vez viva el superhombre. Y quiere así su propio ocaso.

Yo amo a quien trabaja e inventa para construirle la casa al superhombre y prepara para él la tierra, el animal y la planta: pues quiere así su propio ocaso.

Yo amo a quien ama su virtud: pues la virtud es voluntad de ocaso y una flecha del an- helo.

Yo amo a quien no reserva para sí ni una gota de espíritu, sino que quiere ser íntegra- mente el espíritu de su virtud: avanza así en forma de espíritu sobre el puente.

Yo amo a quien de su virtud hace su inclinación y su fatalidad: quiere así, por amor a su virtud, seguir viviendo y no seguir viviendo.

Yo amo a quien no quiere tener demasiadas virtudes. Una virtud es más virtud que dos, porque es un nudo más fuerte del que se cuelga la fatalidad.

Yo amo a aquel cuya alma se prodiga, y no quiere recibir agradecimiento ni devuelve nada: pues él regala siempre y no quiere conservarse a sí mismo18.

Yo amo a quien se avergüenza cuando el dado, al caer, le da suerte, y entonces se pre- gunta: ¿acaso soy yo un jugador que hace trampas? - pues quiere perecer.

Yo amo a quien delante de sus acciones arroja palabras de oro y cumple siempre más de lo que promete: pues quiere su ocaso.

Yo amo a quien justifica a los hombres del futuro y redime a los del pasado: pues quie- re perecer a causa dé los hombres del presente.

Yo amo a quien castiga a su dios porque ama a su dios19: pues tiene que perecer por la cólera de su dios.

Yo amo a aquel cuya alma es profunda incluso cuando se la hiere, y que puede perecer a causa de una pequeña vivencia: pasa así de buen grado por el puente.

Yo amo a aquel cuya alma está tan llena que se olvida de sí mismo, y todas las cosas están dentro de él: todas las cosas se transforman así en su ocaso.

Yo amo a quien es de espíritu libre y de corazón libre: su cabeza no es así más que las entrañas de su corazón, pero su corazón lo empuja al ocaso.

Yo amo a todos aquellos que son como gotas pesadas que caen una a una de la oscura nube suspendida sobre el hombre: ellos anuncian que el rayo viene, y perecen como anunciadores.

Mirad, yo soy un anunciador del rayo y una pesada gota que cae de la nube: mas ese ra- yo se llama superhombre. -

17 Véase lo dicho en la nota 5.

18 Paráfrasis del Evangelio de Lucas, 17, 33: «Quien busca conservar su alma la perderá; y quien la per- diere, la conservará.»

19 Cita literal, invirtiendo su sentido, de Hebreos, 12, 6: «Porque el Señor, a quien ama, lo castiga.» Véa- se también, en la cuarta parte, El despertar.

5

(8)

Cuando Zaratustra hubo dicho estas palabras contempló de nuevo el pueblo y calló:

«Ahí están», dijo a su corazón, «y se ríen: no me entienden, no soy yo la boca para estos oídoo20.

¿Habrá que romperles antes los oídos, para que aprendan a oír con los ojos? ¿Habrá que atronar igual que timbales y que predicadores de penitencia? ¿O acaso creen tan sólo al que balbucea?

Tienen algo de lo que están orgullosos. ¿Cómo llaman a eso que los llena de orgullo?

Cultural21 lo llaman, es lo que los distingue de los cabreros.

Por esto no les gusta oír, referida a ellos, la palabra Vesprecid. Voy a hablar, pues, a su orgullo.

Voy a hablarles de lo más despreciable: el último hombre»22. Y Zaratustra habló así al pueblo:

Es tiempo de que el hombre fije su propia meta. Es tiempo de que el hombre plante la semilla de su más alta esperanza.

Todavía es bastante fértil su terreno para ello. Mas algún día ese terreno será pobre y manso, y de él no podrá ya brotar ningún árbol elevado.

¡Ay! ¡Llega el tiempo en que el hombre dejará de lanzar la flecha de su anhelo más allá del hombre, y en que la cuerda de su arco no sabrá ya vibrar!

Yo os digo: es preciso tener todavía caos dentro de sí para poder dar a luz una estrella danzarina. Yo os digo: vosotros tenéis todavía caos dentro de vosotros.

¡Ay! Llega el tiempo en que el hombre no dará ya a luz ninguna estrella. ¡Ay! Llega el tiempo del hombre más despreciable, el incapaz ya de despreciarse a sí mismo.

¡Mirad! Yo os muestro el último hombre.

“¿Qué es amor? ¿Qué es creación? ¿Qué es anhelo? ¿Qué es estrella?” - así pregunta el último hombre, y parpadea.

La tierra se ha vuelto pequeña entonces, y sobre ella da saltos el último hombre, que to- do lo empequeñece. Su estirpe es indestructible, como el pulgón; el último hombre es el que más tiempo vive.

“Nosotros hemos inventado la felicidad” - dicen los últimos hombres, y parpadean.

Han abandonado las comarcas donde era duro vivir: pues la gente necesita calor. La gente ama incluso al vecino y se restriega contra él: pues necesita calor.

Enfermar y desconfiar considéranlo pecaminoso: la gente camina con cuidado. ¡Un ton- to es quien sigue tropezando con piedras o con hombres!

Un poco de veneno de vez en cuando: eso produce sueños agradables. Y mucho veneno al final, para tener un morir agradable.

La gente continúa trabajando, pues el trabajo es un entretenimiento. Mas procura que el entretenimiento no canse. La gente ya no se hace ni pobre ni rica: ambas cosas son de- masiado molestas. ¿Quién quiere aún gobernar? ¿Quién aún obedecer? Ambas cosas son demasiado molestas.

¡Ningún pastor y un solo rebaño!23 Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien tiene sentimientos distintos marcha voluntariamente al manicomio.

“En otro tiempo todo el mundo desvariaba” - dicen los más sutiles, y parpadean.

Hoy la gente es inteligente y sabe todo lo que ha ocurrido: así no acaba nunca de bur- larse. La gente continúa discutiendo, mas pronto se reconcilia - de lo contrario, ello es- tropea el estómago.

La gente tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche: pero honra la salud.

“Nosotros hemos inventado la felicidad” - dicen los últimos hombres, y parpadean. -

(9)

Y aquí acabó el primer discurso de Zaratustra, llamado también «el prólogo»24: pues en este punto el griterío y el regocijo de la multitud lo interrumpieron. «¡Danos ese último hombre, oh Zaratustra, - gritaban - haz de nosotros esos últimos hombres! ¡El superhom- bre te lo regalamos!25. Y todo el pueblo daba gritos de júbilo y chasqueaba la lengua.

Pero Zaratustra se entristeció y dijo a su corazón:

No me entienden: no soy yo la boca para estos oídos.

Sin duda he vivido demasiado tiempo en las montañas, he escuchado demasiado a los arroyos y a los árboles: ahora les hablo como a los cabreros.

Inmóvil es mi alma, y luminosa como las montañas por la mañana. Pero ellos piensan que yo soy frío, y un burlón que hace chistes horribles.

Y ahora me miran y se ríen: y mientras ríen, continúan odiándome. Hay hielo en su reír.

20 Reminiscencia del Evangelio de Mateo,13,13: «Por esto les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender.»

21 Sobre el concepto de «cultura» puede verse, en la segunda parte, Del país de la cultura.

22 El «último» hombre significa sobre todo el «último» en la escala humana. En Ecce homo dice Nietzs- che: «En este sentido Zaratustra llama a los buenos unas veces “los últimos hombres” y otras el “comienzo del final”; sobre todo, los considera como la especie más nociva del hombre, porque imponen su existencia tanto a costa de la verdad como a costa del futuro».

23 Paráfrasis, modificando su sentido, del Evangelio de Juan, 10, 16: «Habrá un solo rebaño y un solo pastor.»

24 Mediante el juego de palabras en alemán entre erste Rede (primer discurso) y Vorrede (prólogo o, también, discurso preliminar), Nietzsche quiere indicar que en realidad este su primer hablar o discursear (reden) a los hombres no ha sido más que un hablar preliminar, pero que su verdadero hablar va a comen- zar ahora. Por eso la verdadera primera parte de esta obra se titulará precisamente «Los discursos (Reden) de Zaratustra».

25 Eco de la escena evangélica (Evangelio de Lucas, 23, 17) en que la muchedumbre rechaza a Jesús y reclama a Barrabás: «Pero ellos vociferaron a una: ¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás!»

6

Pero entonces ocurrió algo que hizo callar todas las bocas y quedar fijos todos los ojos.

Entretanto, en efecto, el volatinero había comenzado su tarea: había salido de una peque- ña puerta y caminaba sobre la cuerda, la cual estaba tendida entre dos torres, colgando sobre el mercado y el pueblo. Mas cuando se encontraba justo en la mitad de su camino, la pequeña puerta volvió a abrirse y un compañero de oficio vestido de muchos colores, igual que un bufón, saltó fuera y marchó con rápidos pasos detrás del primero. «Sigue adelante, cojitranco, gritó su terrible voz, sigue adelante, ¡holgazán, impostor, cara de tísico! ¡Que no te haga yo cosquillas con mi talón! ¿Qué haces aquí entre torres? Dentro de la torre está tu sitio, en ella se te debería encerrar, ¡cierras el camino a uno mejor que tú!» - Y a cada palabra se le acercaba más y más: y cuando estaba ya a un solo paso de- trás de él ocurrió aquella cosa horrible que hizo callar todas las bocas y quedar fijos todos los ojos: - lanzó un grito como si fuese un demonio y saltó por encima de quien le obsta- culizaba el camino. Mas éste, cuando vio que su rival lo vencía, perdió la cabeza y el equilibrio; arrojó su balancín y, más rápido que éste, se precipitó hacia abajo como un remolino de brazos y de piernas. El mercado y el pueblo parecían el mar cuando la tem- pestad avanza: todos huyeron apartándose y atropellándose, sobre todo allí donde el cuerpo tenía que estrellarse.

Zaratustra, en cambio, permaneció inmóvil, y justo a su lado cayó el cuerpo, maltrecho y quebrantado, pero no muerto todavía. Al poco tiempo el destrozado recobró la cons- ciencia y vio a Zaratustra arrodillarse junto a él. «¿Qué haces aquí?, dijo por fin, desde hace mucho sabía yo que el diablo me echaría la zancadilla. Ahora me arrastra al infier- no: ¿quieres tú impedírselo?»

(10)

«Por mi honor, amigo, respondió Zaratustra, todo eso de que hablas no existe: no hay ni diablo ni infierno. Tu alma estará muerta aún más pronto que tu cuerpo26: así, pues, ¡no temas ya nada!»

El hombre alzó su mirada con desconfianza. «Si tú dices la verdad, añadió luego, nada pierdo perdiendo la vida. No soy mucho más que un animal al que, con golpes y escasa comida, se le ha enseñado a bailar.»

«No hables así, dijo Zaratustra, tú has hecho del peligro tu profesión, en ello no hay na- da despreciable. Ahora pereces a causa de tu profesión: por ello voy a enterrarte con mis propias manos.»

Cuando Zaratustra hubo dicho esto, el moribundo ya no respondió; pero movió la mano como si buscase la mano de Zaratustra para darle las gracias. -

26 Un desarrollo de esta idea puede verse en esta primera parte, De los despreciadores del cuerpo, y, en la tercera parte, El convaleciente: «Las almas son tan mortales como los cuerpos.»

7

Entretanto iba llegando el atardecer, y el mercado se ocultaba en la oscuridad: el pueblo se dispersó entonces, pues hasta la curiosidad y el horror acaban por cansarse. Mas Zara- tustra estaba sentado en el suelo junto al muerto, hundido en sus pensamientos: así olvidó el tiempo. Por fin se hizo de noche, y un viento frío sopló sobre el solitario. Zaratustra se levantó entonces y dijo a su corazón:

¡En verdad, una hermosa pesca ha cobrado hoy Zaratustra! No ha pescado ni un solo hombre27, pero sí, en cambio, un cadáver.

Siniestra es la existencia humana, y carente aún de sentido: un bufón puede convertirse para ella en la fatalidad.

Yo quiero enseñar a los hombres el sentido de su ser: ese sentido es el superhombre, el rayo que brota de la oscura nube que es el hombre.

Mas todavía estoy muy lejos de ellos, y mi sentido no habla a sus sentidos. Para los hombres yo soy todavía algo intermedio entre un necio y un cadáver.

Oscura es la noche, oscuros son los caminos de Zaratustra28. ¡Ven, compañero frío y rí- gido! Te llevaré adonde voy a enterrarte con mis manos.

27 La expresión «pescador de hombres» es evangélica. Véase el Evangelio de Mateo, 4, 19, «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres» (Jesús a Pedro y a Andrés). Véase también, en la cuarta parte, La ofrenda de la miel.

28 Cita ligeramente modificada de Proverbios, 4,19: «Oscuros son los caminos del ateo» (traducción de Lutero). Lutero emplea el término gottlos (literalmente: sin-dios), expresión que luego va a ser epíteto constante de Zaratustra. Pero son los «buenos y justos» los que se lo aplican; véase, en la tercera parte, De la virtud empequeñecedora. Pero luego Zaratustra se apropiará con orgullo de esa calificación. Los buenos y justos son también los que llaman a Zaratustra «el aniquilador de la moral»; véase, más adelante, De la picadura de la víbora.

8

Cuando Zaratustra hubo dicho esto a su corazón, cargó el cadáver sobre sus espaldas y se puso en camino. Y no había recorrido aún cien pasos cuando se le acercó furtivamente un hombre y comenzó a susurrarle al oído - y he aquí que quien hablaba era el bufón de la torre. «Vete fuera de esta ciudad, Zaratustra, dijo; aquí son demasiados los que te odian. Te odian los buenos y justos29 y te llaman su enemigo y su despreciador; te odian los creyentes de la fe ortodoxa, y éstos te llaman el peligro de la muchedumbre. Tu suerte ha estado en que la gente se rió de ti: y, en verdad, hablabas igual que un bufón. Tu suerte

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ha estado en asociarte al perro muerto; al humillarte de ese modo te has salvado a ti mis- mo por hoy. Pero vete lejos de esta ciudad - o mañana saltaré por encima de ti, un vivo por encima de un muerto.» Y cuando hubo dicho esto, el hombre desapareció; pero Za- ratustra continuó caminando por las oscuras callejas.

A la puerta de la ciudad encontró a los sepultureros: éstos iluminaron el rostro de Zara- tustra con la antorcha, lo reconocieron y comenzaron a burlarse de él. «Zaratustra se lleva al perro muerto: ¡bravo, Zaratustra se ha hecho sepulturero! Nuestras manos son dema- siado limpias para ese asado. ¿Es que Zaratustra quiere acaso robarle al diablo su boca- do? ¡Vaya! ¡Suerte, y que aproveche! ¡A no ser que el diablo sea mejor ladrón que Zara- tustra! - ¡y robe a los dos, y a los dos se los trague!» Y se reían entre sí, cuchicheando.

Zaratustra no dijo ni una palabra y siguió su camino. Pero cuando llevaba andando ya dos horas, al borde de bosques y de ciénagas, había oído demasiado el hambriento aullido de los lobos, y el hambre se apoderó también de él. Por ello se detuvo junto a una casa solitaria dentro de la cual ardía una luz.

El hambre me asalta, dijo Zaratustra, como un ladrón. En medio de bosques y de ciéna- gas me asalta mi hambre, y en plena noche.

Extraños caprichos tiene mi hambre. A menudo no me viene sino después de la comida, y hoy no me vino en todo el día: ¿dónde se entretuvo, pues?

Y mientras decía esto, Zaratustra llamó a la puerta de la casa. Un hombre viejo apare- ció; traía la luz y preguntó: «¿Quién viene a mí y a mi mal dormir?»

«Un vivo y un muerto, dijo Zaratustra. Dame de comer y de beber, he olvidado hacerlo durante el día. Quien da de comer al hambriento reconforta su propia alma: así habla la sabiduría»30.

El viejo se fue y al poco volvió y ofreció a Zaratustra pan y vino. «Mal sitio es éste para hambrientos, dijo. Por eso habito yo aquí. Animales y hombres acuden a mí, el eremita.

Mas da de comer y de beber también a tu compañero, él está más cansado que tú.» Zara- tustra respondió: «Mi compañero está muerto, difícilmente le persuadiré a que coma y beba.» «Eso a mí no me importa, dijo el viejo con hosquedad; quien llama a mi casa tiene que tomar también lo que le ofrezco. ¡Comed y que os vaya bien!» -

A continuación Zaratustra volvió a caminar durante dos horas, confiando en el camino y en la luz de las estrellas: pues estaba habituado a andar por la noche y le gustaba mirar a la cara a todas las cosas que duermen31. Mas cuando la mañana comenzó a despuntar, Zaratustra se encontró en lo profundo del bosque, y ningún camino se abría ya ante él.

Entonces colocó al muerto en un árbol hueco, a la altura de su cabeza - pues quería prote- gerlo de los lobos - y se acostó en el suelo de musgo. Enseguida se durmió, cansado el cuerpo, pero inmóvil el alma.

29 La pareja verbal «los buenos y justos», que aquí aparece por primera vez, se repetirá numerosísimas veces en toda esta obra. Probablemente es imitación de otra pareja verbal, «los hipócritas y fariseos», que también aparece con mucha frecuencia en los Evangelios, y tiene el mismo significado que ella. Véase, por ejemplo, en la tercera parte, De tablas viejas y nuevas: «¡Oh hermanos míos! ¿En quién reside el mayor peligro para todo futuro de los hombres? ¿No es en los buenos y justos, que dicen y sienten en su corazón:

“nosotros sabemos ya lo que es bueno y justo, y hasta lo tenemos”».

30 Cita del Salmo 146, 5-7: «Bienaventurado aquel... que da de comer a los hambrientos.»

31 Sobre esta costumbre de Zaratustra de «mirar a la cara a todas las cosas que duermen» véase también, en esta misma parte, Del amigo; y en la cuarta parte, La sombra.

9

Largo tiempo durmió Zaratustra, y no sólo la aurora pasó sobre su rostro, sino también la mañana entera. Mas por fin sus ojos se abrieron: asombrado miró Zaratustra el bosque y el silencio, asombrado miró dentro de sí. Entonces se levantó con rapidez, como un

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marinero que de pronto ve tierra, y lanzó gritos de júbilo: pues había visto una verdad nueva32, y habló así a su corazón:

Una luz ha aparecido en mi horizonte: compañeros de viaje necesito, compañeros vi- vos, - no compañeros muertos ni cadáveres, a los cuales llevo conmigo adonde quiero.

Compañeros de viaje vivos es lo que yo necesito, que me sigan porque quieren seguirse a sí mismos - e ir adonde yo quiero ir.

Una luz ha aparecido en mi horizonte: ¡no hable al pueblo Zaratustra, sino a compañe- ros de viaje! ¡Zaratustra no debe convertirse en pastor y perro de un rebaño!

Para incitar a muchos a apartarse del rebaño - para eso he venido. Pueblo y rebaño se irritarán contra mí: ladrón va a ser llamado por los pastores Zaratustra.

Digo pastores, pero ellos se llaman a sí mismos los buenos y justos. Digo pastores: pero ellos se llaman a sí mismos los creyentes de la fe ortodoxa.

¡Ved los buenos y justos! ¿A quién es al que más odian? Al que rompe sus tablas de va- lores, al quebrantador, al infractor: - pero ése es el creador.

¡Ved los creyentes de todas las creencias! ¿A quién es al que más odian? Al que rompe sus tablas de valores, al quebrantador, al infractor33: - pero ése es el creador.

Compañeros para su camino busca el creador, y no cadáveres, ni tampoco rebaños y creyentes. Compañeros en la creación busca el creador, que escriban nuevos valores en tablas nuevas.

Compañeros busca el creador, y colaboradores en la recolección: pues todo está en él maduro para la cosecha. Pero le faltan las cien hoces34: por ello arranca las espigas y está enojado.

Compañeros busca el creador, que sepan afilar sus hoces. Aniquiladores se los llamará, y despreciadores del bien y del mal. Pero son los cosechadores y los que celebran fiestas.

Compañeros en la creación busca Zaratustra, compañeros en la recolección y en las fiestas busca Zaratustra: ¡qué tiene él que ver con rebaños y pastores y cadáveres!

Y tú, primer compañero mío, ¡descansa en paz! Bien te he enterrado en tu árbol hueco, bien te he escondido de los lobos. Pero me separo de ti, el tiempo ha pasado. Entre aurora y aurora ha venido a mí una verdad nueva.

No debo ser pastor ni sepulturero. Y ni siquiera voy a volver a hablar con el pueblo nunca; por última vez he hablado a un muerto.

A los creadores, a los cosechadores, a los que celebran fiestas quiero unirme: voy a mostrarles el arco iris y todas las escaleras del superhombre.

Cantaré mi canción para los eremitas solitarios o en pareja35; y a quien todavía tenga oídos para oír cosas inauditas, a ése voy a abrumarle el corazón con mi felicidad.

Hacia mi meta quiero ir, yo continúo mi marcha; saltaré por encima de los indecisos y de los rezagados. ¡Sea mi marcha el ocaso de ellos!

32 En la cuarta parte, Del hombre superior, Zaratustra recordará esta «verdad nueva».

33 Juego de palabras en alemán entre Brecher (destructor, rompedor, quebrantador) y Verbrecher (infrac- tor, criminal). También Moisés rompe las tablas; véase Éxodo, 32,19: «Al acercarse al campamento y ver el becerro y las danzas, Moisés, enfurecido, tiró las tablas y las rompió al pie del monte». En esta obra Zara- tustra utiliza numerosas veces esta contraposición.

34 Reminiscencia del Evangelio de Mateo, 9,37: «La mies es abundante y los braceros, pocos.»

35 Juego de palabras en alemán entre Einsiedler (eremitas) y Zweisiedler (término este último creado por Nietzsche y que hace referencia al matrimonio, esto es, a la «soledad de dos en compañía»).

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Esto es lo que Zaratustra dijo a su corazón cuando el sol estaba en pleno mediodía: en- tonces se puso a mirar inquisitivamente hacia la altura - pues había oído por encima de sí el agudo grito de un pájaro. Y he aquí que un águila cruzaba el aire trazando amplios

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círculos y de él colgaba una serpiente, no como si fuera una presa, sino una amiga: pues se mantenía enroscada a su cuello36.

«¡Son mis animales!, dijo Zaratustra, y se alegró de corazón. El animal más orgulloso debajo del sol, y el animal más inteligente debajo del sol - han salido para explorar el terreno. Quieren averiguar si Zaratustra vive todavía. En verdad, ¿vivo yo todavía?

He encontrado más peligros entre los hombres que entre los animales, peligrosos son los caminos que recorre Zaratustra. ¡Que mis animales me guíen!»

Cuando Zaratustra hubo dicho esto, se acordó de las palabras del santo en el bosque, suspiró y habló así a su corazón: ¡Ojalá fuera yo más inteligente! ¡Ojalá fuera yo inteli- gente de verdad, como mi serpiente!

Pero pido cosas imposibles: ¡por ello pido a mi orgullo que camine siempre junto a mi inteligencia!

Y si alguna vez mi inteligencia me abandona - ¡ay, le gusta escapar volando! - ¡que mi orgullo continúe volando junto con mi tontería!

- Así comenzó el ocaso de Zaratustra.

36 Los amplios círculos que traza el águila y el enroscamiento de la serpiente en torno al cuello del águila son ya aquí una premonición del «eterno retorno», que es una de las doctrinas capitales de esta obra.

Los discursos de Zaratustra De las tres transformaciones

Tres transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en came- llo, y el camello en león, y el león, por fin, en niño.

Hay muchas cosas pesadas para el espíritu, para el espíritu fuerte, de carga, en el que habita la veneración: su fortaleza demanda cosas pesadas, e incluso las más pesadas de todas.

¿Qué es pesado?, así pregunta el espíritu de carga, y se arrodilla, igual que el camello, y quiere que lo carguen bien. ¿Qué es lo más pesado, héroes?, así pregunta el espíritu de carga, para que yo cargue con ello y mi fortaleza se regocije. ¿Acaso no es: humillarse para hacer daño a la propia soberbia? ¿Hacer brillar la propia tontería para burlarse de la propia sabiduría?

¿O acaso es: apartarnos de nuestra causa cuando ella celebra su victoria? ¿Subir a altas montañas para tentar al tentador?37.

¿O acaso es: alimentarse de las bellotas y de la hierba del conocimiento y sufrir hambre en el alma por amor a la verdad? ¿O acaso es: estar enfermo y enviar a paseo a los conso- ladores, y hacer amistad con sordos, que nunca oyen lo que tú quieres?

¿O acaso es: sumergirse en agua sucia cuando ella es el agua de la verdad, y no apartar de sí las frías ranas y los calientes sapos?

¿O acaso es: amar a quienes nos desprecian38 y tender la mano al fantasma cuando quiere causarnos miedo?

Con todas estas cosas, las más pesadas de todas, carga el espíritu de carga: semejante al camello que corre al desierto con su carga, así corre él a su desierto.

Pero en lo más solitario del desierto tiene lugar la segunda transformación: en león se transforma aquí el espíritu, quiere conquistar su libertad como se conquista una presa y ser señor en su propio desierto.

Aquí busca a su último señor: quiere convertirse en enemigo de él y de su último dios, con el gran dragón quiere pelear para conseguir la victoria.

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¿Quién es el gran dragón, al que el espíritu no quiere seguir llamando señor ni dios?

«Tú debes» se llama el gran dragón. Pero el espíritu del león dice «yo quiero».

«Tú debes» le cierra el paso, brilla como el oro, es un animal escamoso, y en cada una de sus escamas brilla áureamente «¡Tú debes!».

Valores milenarios brillan en esas escamas, y el más poderoso de todos los dragones habla así: «todos los valores de las cosas - brillan en mí».

«Todos los valores han sido ya creados, y yo soy - todos los valores creados. ¡En ver- dad, no debe seguir habiendo ningún “Yo quiero!”» Así habla el dragón.

Hermanos míos, ¿para qué se precisa que haya el león en el espíritu? ¿Por qué no basta la bestia de carga, que renuncia a todo y es respetuosa?

Crear valores nuevos - tampoco el león es aún capaz de hacerlo: mas crearse libertad para un nuevo crear - eso sí es capaz de hacerlo el poder del león.

Crearse libertad y un no santo incluso frente al deber: para ello, hermanos míos, es pre- ciso el león.

Tomarse el derecho de nuevos valores - ése es el tomar más horrible para un espíritu de carga y respetuoso. En verdad, eso es para él robar, y cosa propia de un animal de rapiña.

En otro tiempo el espíritu amó el «Tú debes» como su cosa más santa: ahora tiene que encontrar ilusión y capricho incluso en lo más santo, de modo que robe el quedar libre de su amor: para ese robo se precisa el león.

Pero decidme, hermanos míos, ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacer? ¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño?

Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí.

Sí, hermanos míos, para el juego del crear se precisa un santo decir sí: el espíritu quiere ahora su voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo.

Tres transformaciones del espíritu os he mencionado: cómo el espíritu se convirtió en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño. - -

Así habló Zaratustra. Y entonces residía en la ciudad que es llamada: La Vaca Multico- lor39.

37 Reminiscencia, modificando su sentido, del Evangelio de Mateo, 4, 1. En el evangelio es el Tentador el que sube a la montaña para inducir a Jesús a pecar.

38 Véase el Evangelio de Mateo, 5, 44: «Amad a vuestros enemigos.»

39 La expresión «La Vaca Multicolor» (die bunte Kuh) es traducción literal del nombre de la ciudad Kal- masadalmyra (en pali: Kammasuddaman), visitada por Buda en sus peregrinaciones.

De las cátedras de la virtud

Le habían alabado a Zaratustra un sabio que sabía hablar bien del dormr40 y de la vir- tud: por ello, se decía, era muy honrado y recompensado, y todos los jóvenes se sentaban ante su cátedra. A él acudió Zaratustra, y junto con todos los jóvenes se sentó ante su cátedra. Y así habló el sabio:

¡Sentid respeto y pudor ante el dormir! ¡Eso es lo primero! ¡Y evitad a todos los que duermen mal y están desvelados por la noche!

Incluso el ladrón siente pudor ante el dormir: siempre roba a hurtadillas y en silencio por la noche. En cambio el vigilante nocturno carece de pudor, sin pudor alguno vaga- bundea con su trompeta.

Dormir no es arte pequeño: se necesita, para ello, estar desvelado el día entero.

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Diez veces tienes que superarte a ti mismo durante el día: esto produce una fatiga buena y es adormidera del alma. Diez veces tienes que volver a reconciliarte a ti contigo mismo;

pues la superación es amargura, y mal duerme el que no se ha reconciliado.

Diez verdades tienes que encontrar durante el día: de otro modo, sigues buscando la verdad durante la noche, y tu alma ha quedado hambrienta.

Diez veces tienes que reír durante el día, y regocijarte: de lo contrario, el estómago, ese padre de la tribulación, te molesta en la noche.

Pocos saben esto: pero es necesario tener todas las virtudes para dormir bien. ¿Diré yo falso testimonio? ¿Cometeré yo adulterio?

¿Me dejaré llevar a desear la sierva de mi prójimo41. Todo esto se avendría mal con el buen dormir.

Y aunque se tengan todas las virtudes, es necesario entender aún de una cosa: de man- dar a dormir a tiempo a las virtudes mismas.

¡Para que no disputen entre sí esas lindas mujercitas! ¡Y sobre ti, desventurado!

Paz con Dios42 y con el vecino: así lo quiere el buen dormir. ¡Y paz incluso con el de- monio del vecino! De lo contrario, rondará en tu casa por la noche.

¡Honor y obediencia a la autoridad, incluso a la autoridad torcida!43 ¡Así lo quiere el buen dormir! ¿Qué puedo yo hacer si al poder le gusta caminar sobre piernas torcidas?

Para mí el mejor pastor será siempre aquel que lleva sus ovejas al prado más verde44 es- to se aviene con el buen dormir.

No quiero muchos honores, ni grandes tesoros: eso inflama el bazo. Pero se duerme mal sin un buen nombre y un pequeño tesoro.

Una compañía escasa me agrada más que una malvada: sin embargo, tiene que venir e irse en el momento oportuno. Esto se aviene con el buen dormir.

Mucho me agradan también los pobres de espíritu: fomentan el sueño. Son bienaventu- rados, especialmente si se les da siempre la razón45.

Así transcurre el día para el virtuoso. ¡Mas cuando la noche llega me guardo bien de llamar al dormir! ¡El dormir, que es el señor de las virtudes, no quiere que lo llamen!

Sino que pienso en lo que yo he hecho y he pensado durante el día. Rumiando me inte- rrogo a mí mismo, paciente igual que una vaca: ¿cuáles han sido, pues, tus diez supera- ciones?

¿Y cuáles han sido las diez reconciliaciones, y las diez verdades, y las diez carcajadas con que mi corazón se hizo bien a sí mismo?

Reflexionando sobre estas cosas, y mecido por cuarenta pensamientos, de repente me asalta el dormir, el no llamado, el señor de las virtudes.

El dormir llama a la puerta de mis ojos: éstos se vuelven entonces pesados. El dormir toca mi boca: ésta queda entonces abierta.

En verdad, con suave calzado viene a mí él, el más encantador de los ladrones, y me roba mis pensamientos: entonces yo me quedo en pie como un tonto, igual que esta cáte- dra.

Pero no estoy así durante mucho tiempo: en seguida me acuesto. -

Mientras Zaratustra oía hablar así a aquel sabio se reía en su corazón: pues una luz había aparecido entretanto en su horizonte. Y habló así a su corazón:

Un necio es para mí este sabio con sus cuarenta pensamientos: pero yo creo que entien- de bien de dormir.

¡Feliz quien habite en la cercanía de este sabio! Semejante dormir se contagia, aun a través de un espeso muro se contagia. Un hechizo mora también en su cátedra. Y no en vano se han sentado los jóvenes ante el predicador de la virtud.

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Su sabiduría dice: velar para dormir bien. Y en verdad, si la vida careciese de sentido y yo tuviera que elegir un sinsentido, éste sería para mí el sinsentido más digno de que se lo eligiese.

Ahora comprendo claramente lo que en otro tiempo se buscaba ante todo cuando se buscaban maestros de virtud. ¡Buen dormir es lo que se buscaba, y, para ello, virtudes que fueran como adormideras!

Para todos estos alabados sabios de las cátedras era sabiduría el dormir sin soñar46: no conocían mejor sentido de la vida.

Y todavía hoy hay algunos como este predicador de la virtud, y no siempre tan hones- tos: pero su tiempo ha pasado. Y no hace mucho que están en pie: y ya se tienden.

Bienaventurados son estos somnolientos: pues no tardarán en quedar dormidos. -

Así habló Zaratustra.

40 La alabanza del «sueño del justo» es tema que aparece con frecuencia en los libros sapienciales de la Biblia; contra esa alabanza va principalmente dirigido este capítulo.

41 Véase Éxodo, 20, 16: «No dirás falso testimonio»; Éxodo, 20, 14: «No cometerás adulterio»; Éxodo, 20, 17: «No desearás... la sierva de tu prójimo.» Zaratustra cita textualmente estos tres preceptos bíblicos.

42 En los libros sapienciales de la Biblia la «paz con Dios» figura entre los requisitos del «sueño del jus- to».

43 Sobre la obediencia a la autoridad véase Romanos, 13, 1: «Todos debéis estar sometidos a la autori- dad.»

44 Cita del Salmo 23,1-2: «Mi pastor... me pone en verdes pastos y me lleva a frescas aguas.»

45 Parodia del Evangelio de Mateo, 5, 3: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.»

46 Alusión a Proverbios, 3, 24: «Te acostarás y dormirás dulce sueño. No tendrás temor de repentinos temores...» También de Buda se dice que «dormía sin soñar, como un niño o un gran sabio».

De los trasmundanos47

En otro tiempo también Zaratustra proyectó su ilusión más allá del hombre, lo mismo que todos los trasmundanos. Obra de un dios sufriente y atormentado me parecía enton- ces el mundo.

Sueño me parecía entonces el mundo, e invención poética de un dios; humo coloreado ante los ojos de un ser divinamente insatisfecho.

Bien y mal, y placer y dolor, y yo y tú - humo coloreado me parecía todo eso ante ojos creadores. El creador quiso apartar la vista de sí mismo, - entonces creó el mundo.

Ebrio placer es, para quien sufre, apartar la vista de su sufrimiento y perderse a sí mis- mo. Ebrio placer y un perdersea-sí-mismo me pareció en otro tiempo el mundo.

Este mundo, eternamente imperfecto, imagen, e imagen imperfecta, de una contradic- ción eterna - un ebrio placer para su imperfecto creador: - así me pareció en otro tiempo el mundo48.

Y así también yo proyecté en otro tiempo mi ilusión más allá del hombre, lo mismo que todos los trasmundanos. ¿Más allá del hombre, en verdad?

¡Ay, hermanos, ese dios que yo creé era obra humana y demencia humana, como todos los dioses!

Hombre era, y nada más que un pobre fragmento de hombre y de yo: de mi propia ceni- za y de mi propia brasa surgió ese fantasma, y, ¡en verdad!, ¡no vino a mí desde el más allá!

¿Qué ocurrió, hermanos míos? Yo me superé a mí mismo, al ser que sufría, yo llevé mi ceniza a la montaña49, inventé para mí una llama más luminosa. ¡Y he aquí que el fan- tasma se me desvaneció!

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Sufrimiento sería ahora para mí, y tormento para el curado, creer en tales fantasmas: su- frimiento sería ahora para mí, y humillación. Así hablo yo a los trasmundanos.

Sufrimiento fue, e impotencia, - lo que creó todos los trasmundos; y aquella breve de- mencia de la felicidad que sólo experimenta el que más sufre de todos.

Fatiga, que de un solo salto quiere llegar al final, de un salto mortal, una pobre fatiga ignorante, que ya no quiere ni querer: ella fue la que creó todos los dioses y todos los trasmundos.

¡Creedme, hermanos míos! Fue el cuerpo el que desesperó del cuerpo, - con los dedos del espíritu trastornado palpaba las últimas paredes.

¡Creedme, hermanos míos! Fue el cuerpo el que desesperó de la tierra, - oyó que el vientre del ser le hablaba.

Y entonces quiso meter la cabeza a través de las últimas paredes, y no sólo la cabeza50, - quiso pasar a «aquel mundo». Pero «aquel mundo» está bien oculto a los ojos del hom- bre, aquel inhumano mundo deshumanizado, que es una nada celeste; y el vientre del ser no habla en modo alguno al hombre, a no ser en forma de hombre.

En verdad, todo «ser» es difícil de demostrar, y difícil resulta hacerlo hablar. Decidme, hermanos míos, ¿no es acaso la más extravagante de todas las cosas la mejor demostrada?

Sí, este yo y la contradicción y confusión del yo continúan hablando acerca de su ser del modo más honesto, este yo que crea, que quiere, que valora, y que es la medida y el valor de las cosas.

Y este ser honestísimo, el yo - habla del cuerpo, y continúa queriendo el cuerpo, aun cuando poetice y fantasee y revolotee de un lado para otro con rotas alas.

El yo aprende a hablar con mayor honestidad cada vez: y cuanto más aprende, tantas más palabras y honores encuentra para el cuerpo y la tierra.

Mi yo me ha enseñado un nuevo orgullo, y yo se lo enseño a los hombres: ¡a dejar de esconder la cabeza en la arena de las cosas celestes, y a llevarla libremente, una cabeza terrena, la cual es la que crea el sentido de la tierra!

Una nueva voluntad enseño yo a los hombres: ¡querer ese camino que el hombre ha re- corrido a ciegas, y llamarlo bueno y no volver a salirse a hurtadillas de él, como hacen los enfermos y moribundos!

Enfermos y moribundos eran los que despreciaron el cuerpo y la tierra y los que inven- taron las cosas celestes y las gotas de sangre redentoras51: ¡pero incluso estos dulces y sombríos venenos los tomaron del cuerpo y de la tierra!

De su miseria querían escapar, y las estrellas les parecían demasiado lejanas. Entonces suspiraron: «¡Oh, si hubiese caminos celestes para deslizarse furtivamente en otro ser y en otra felicidad!» - ¡entonces se inventaron sus caminos furtivos y sus pequeños brebajes de sangre!52.

Entonces estos ingratos se imaginaron estar sustraídos a su cuerpo y a esta tierra. Sin embargo, ¿a quién debían las convulsiones y delicias de su éxtasis? A su cuerpo y a esta tierra.

Indulgente es Zaratustra con los enfermos. En verdad, no se enoja con sus especies de consuelo y de ingratitud. ¡Que se transformen en convalecientes y en superadores, y que se creen un cuerpo superior!

Tampoco se enoja Zaratustra con el convaleciente si éste mira con delicadeza hacia su ilusión y a medianoche se desliza furtivamente en torno a la tumba de su dios: mas en- fermedad y cuerpo enfermo continúan siendo para mí también sus lágrimas.

Mucho pueblo enfermo ha habido siempre entre quienes poetizan y tienen la manía de los dioses; odian con furia al hombre del conocimiento y a aquella virtud, la más joven de todas, que se llama: honestidad.

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Vuelven siempre la vista hacia tiempos oscuros: entonces, ciertamente, ilusión y fe eran cosas distintas; el delirio de la razón era semejanza con Dios, y la duda era pecado.

Demasiado bien conozco a estos hombres semejantes a Dios: quieren que se crea en ellos, y que la duda sea pecado. Demasiado bien sé igualmente qué es aquello en lo que más creen ellos mismos.

En verdad, no en trasmundos ni en gotas de sangre redentora: sino que es en el cuerpo en lo que más creen, y su propio cuerpo es para ellos su cosa en sí53.

Pero cosa enfermiza es para ellos el cuerpo: y con gusto escaparían de él. Por eso escu- chan a los predicadores de la muerte, y ellos mismos predican trasmundos.

Es mejor que oigáis, hermanos míos, la voz del cuerpo sano: es ésta una voz más honesta y más pura.

Con más honestidad y con más pureza habla el cuerpo sano, el cuerpo perfecto y cua- drado54: y habla del sentido de la tierra.

Así habló Zaratustra.

47 Hinterweltler. Término forjado por Nietzsche y que ya había empleado una vez en Humano, demasia- do humano, II, «Opiniones y sentencias varias». Aquí se traduce literalmente por «trasmundanos», pues parecen innecesarias y artificiales las traducciones que ordinariamente se han dado: «De los creyentes en ultramundos», «De los alucinados de un mundo pretérito», «De los visionarios del más allá», etc. Nietzsche formó esta palabra por analogía con Hinterwäldler, de uso corriente, que significa: el que habita en el Hinterwald (la parte de detrás del bosque), pero también: «troglodita», «provinciano», «hombre inculto».

El «trasmundano» es, evidentemente, el «metafísico».

48 Zaratustra describe aquí las ideas de Nietzsche en su primera época (véase sobre todo El nacimiento de la tragedia), que estuvo muy influida por Schopenhauer y Wagner.

49 Véase antes el Prólogo de Zaratustra, y la nota 8.

50 Mit dem Kopf durch die Wand (gehen) es una frase hecha alemana que significa literalmente «(querer atravesar) la pared con la cabeza», pero que alude a las personas muy tercas, «cabezotas» (tanto, que se empeñan en algo imposible, a saber: «atravesar la pared con la cabeza»). Al variar ligeramente la frase, mediante la adición del adjetivo letzte («últimas» paredes, es decir, los límites de este mundo), Nietzsche ironiza sobre los trasmundanos.

51 La «sangre redentora» es expresión bíblica. Véase 1 Pedro, 1, 19. En La genealogía de la moral Nietzsche reprocha a Wagner el que se dejase seducir por la «sangre redentora». Véase la nota 72 de La genealogía de la moral.

52 Alusión al cáliz y a la Ultima Cena. Véase el Evangelio de Mateo, 26, 27: «Bebed de él todos, que ésta es mi sangre.»

53 La «cosa en sí» es término procedente de Kant y contra el polemiza Nietzsche en numerosas ocasiones.

De él se deriva la expresión propia del idealismo alemán «en sí y para sí» (an sich und für sich). Más ade- lante, en la cuarta parte, La ofrenda de la miel, Zaratustra se burlará de esta última expresión, hablando de

«en mí y para mí».

54 El poeta griego Simónides dice en uno de sus «trenos» (el 542 en la numeración de D. L. Page): «Es difícil llegar a ser un hombre excelente, cuadrado de manos, de pies, de inteligencia, terminado sin repro- che...» Tanto Platón en el Protágoras (339 b) como Aristóteles en su Retórica (1411 b 26) citan esta metá- fora de Simónides. De cualquiera de ellos pudo tomar Nietzsche esta imagen, que también repite más tarde;

véase, en esta primera parte, Del hijo y del matrimonio, y en la cuarta parte, El saludo.

De los despreciadores del cuerpo

A los despreciadores del cuerpo quiero decirles mi palabra. No deben aprender ni ense- ñar otras doctrinas, sino tan sólo decir adiós a su propio cuerpo - y así enmudecer.

«Cuerpo soy yo y alma» - así habla el niño. ¿Y por qué no hablar como los niños?

Pero el despierto, el sapiente, dice: cuerpo soy yo íntegramente, y ninguna otra cosa; y alma es sólo una palabra para designar algo en el cuerpo.

El cuerpo es una gran razón, una pluralidad dotada de un único sentido, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor55.

(19)

Instrumento de tu cuerpo es también tu pequeña razón, hermano mío, a la que llamas

«espíritu», un pequeño instrumento y un pequeño juguete de tu gran razón.

Dices «yo» y estás orgulloso de esa palabra. Pero esa cosa aún más grande, en la que tú no quieres creer, - tu cuerpo y su gran razón: ésa no dice yo, pero hace yo.

Lo que el sentido siente, lo que el espíritu conoce, eso nunca tiene dentro de sí su final.

Pero sentido y espíritu querrían persuadirte de que ellos son el final de todas las cosas:

tan vanidosos son.

Instrumentos y juguetes son el sentido y el espíritu: tras ellos se encuentra todavía el sí- mismo56. El sí-mismo busca también con los ojos de los sentidos, escucha también con los oídos del espíritu.

El sí-mismo escucha siempre y busca siempre: compara, subyuga, conquista, destruye.

El sí-mismo domina y es el dominador también del yo.

Detrás de tus pensamientos y sentimientos, hermano mío, se encuentra un soberano po- deroso, un sabio desconocido - llámase sí-mismo. En tu cuerpo habita, es tu cuerpo.

Hay más razón en tu cuerpo que en tu mejor sabiduría. ¿Y quién sabe para qué necesita tu cuerpo precisamente tu mejor sabiduría?

Tu sí-mismo se ríe de tu yo y de sus orgullosos saltos. «¿Qué son para mí esos saltos y esos vuelos del pensamiento?, se dice. Un rodeo hacia mi meta. Yo soy las andaderas del yo y el apuntador de sus conceptos.»

El sí-mismo dice al yo: «¡siente dolor aquí!» Y el yo sufre y reflexiona sobre cómo de- jar de sufrir - y justo para ello debe pensar.

El sí-mismo dice al yo: «¡siente placer aquí!» Y el yo se alegra yreflexiona sobre cómo seguir gozando a menudo - y justo para ello debe pensar.

A los despreciadores del cuerpo quiero decirles una palabra. Su despreciar constituye su apreciar57. ¿Qué es lo que creó el apreciar y el despreciar y el valor y la voluntad?

El sí-mismo creador se creó para sí el apreciar y el despreciar, se creó para sí el placer y el dolor. El cuerpo creador se creó para sí el espíritu como una mano de su voluntad.

Incluso en vuestra tontería y en vuestro desprecio, despreciadores del cuerpo, servís a vuestro sí-mismo. Yo os digo: también vuestro sí-mismo quiere morir y se aparta de la vida. Ya no es capaz de hacer lo que más quiere: - crear por encima de sí. Eso es lo que más quiere, ése es todo su ardiente deseo.

Para hacer esto, sin embargo, es ya demasiado tarde para él: - por ello vuestro sí-mismo quiere hundirse en su ocaso, despreciadores del cuerpo.

¡Hundirse en su ocaso quiere vuestro sí-mismo, y por ello os convertisteis vosotros en despreciadores del cuerpo! Pues ya no sois capaces de crear por encima de vosotros.

Y por eso os enojáis ahora contra la vida y contra la tierra. Una inconsciente envidia hay en la oblicua mirada de vuestro desprecio.

¡Yo no voy por vuestro camino, despreciadores del cuerpo! ¡Vosotros no sois para mí puentes hacia el superhombre! –

Así habló Zaratustra.

55 Véase la nota 23.

56 Selbst. Se traduce aquí, no por yo, como a veces se hace, sino por sí-mismo. Nietzsche contrapone Ich (yo) y Selbst (sí-mismo), como puede verse en el párrafo siguiente y, en general, en todo este capítulo.

57 Véase Más allá del bien y del mal 78: «Quien así mismo se desprecia continúa apreciándose, sin em- bargo, a sí mismo en cuanto despreciador».

De las alegrías y de las pasiones58

(20)

Hermano mío, si tienes una virtud, y esa virtud es la tuya, entonces no la tienes en co- mún con nadie. Ciertamente, tú quieres llamarla por su nombre y acariciarla; quieres ti- rarle de la oreja y divertirte con ella.

¡Y he aquí que tienes su nombre en común con el pueblo y que, con tu virtud, te has convertido en pueblo y en rebaño! Harías mejor en decir: «inexpresable y sin nombre es aquello que constituye el tormento y la dulzura de mi alma, y que es incluso el hambre de mis entrañas».

Sea tu virtud demasiado alta para la familiaridad de los nombres: y si tienes que hablar de ella, no te avergüences de balbucear al hacerlo.

Habla y balbucea así: «Éste es mi bien, esto es lo que yo amo, así me agrada del todo, únicamente así quiero yo el bien. No lo quiero como ley de un Dios, no lo quiero como precepto y forzosidad de los hombres: no sea para mí una guía hacia super-tierras y hacia paraísos.

Una virtud terrena es la que yo amo: en ella hay poca inteligencia, y lo que menos hay es la razón de todos.

Pero ese pájaro ha construido en mí su nido: por ello lo amo y lo aprieto contra mi pe- cho, - ahora incuba en mí sus áureos huevos.»

Así debes balbucir y alabar tu virtud.

En otro tiempo tenías pasiones y las llamabas malvadas. Pero ahora no tienes más que tus virtudes: han surgido de tus pasiones.

Pusiste tu meta suprema en el corazón de aquellas pasiones: entonces se convirtieron en tus virtudes y alegrías.

Y aunque fueses de la estirpe de los coléricos o de la de los lujuriosos, o de los fanáti- cos de su fe o de los vengativos:

Al final todas tus pasiones se convirtieron en virtudes y todos tus demonios en ángeles.

En otro tiempo tenías perros salvajes en tu mazmorra: pero al final se transformaron en pájaros y en amables cantoras.

De tus venenos has extraído tu bálsamo, has ordeñado a tu vaca Tribulación, - ahora bebes la dulce leche de sus ubres. Y ninguna cosa malvada surgirá ya de ti en el futuro, a no ser el mal que surja de la lucha de tus virtudes.

Hermano mío, si eres afortunado tienes una sola virtud, y nada más que una: así atra- viesas con mayor ligereza el puente.

Es una distinción tener muchas virtudes, pero es una pesada suerte; y más de uno se fue al desierto y se mató porque estaba cansado de ser batalla y campo de batalla de virtudes.

Hermano mío, ¿son males la guerra y la batalla? Pero ese mal es necesario, necesarios son la envidia y la desconfianza y la calumnia entre tus virtudes.

Mira cómo cada una de tus virtudes codicia lo más alto de todo: quiere tu espíritu ínte- gro, para que éste sea su heraldo, quiere toda tu fuerza en la cólera, en el odio y en el amor.

Celosa está cada virtud de la otra, y cosa horrible son los celos. También las virtudes pueden perecer de celos.

Aquel a quien la llama de los celos lo circunda acaba volviendo contra sí mismo el aguijón envenenado, igual que el escorpión.

Ay, hermano mío, ano has visto nunca todavía a una virtud calumniarse y acuchillarse a sí misma?

El hombre es algo que tiene que ser superado: y por ello tienes que amar tus virtudes, - pues perecerás a causa de ellas.

Así habló Zaratustra.

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